lunes, 23 de mayo de 2011

Mesa redonda: “Leucemia”

Mesa redonda: “Leucemia”

Darío Obstfeld

17 de Abril de 2009


Por “leucemia” se entiende a una patología proliferativa generalizada que abarca un grupo de enfermedades malignas de la médula ósea que se manifiestan por un aumento incontrolado de leucocitos . Dichos leucocitos pueden o no pasar a circulación.

Las leucemias pueden ser mieloides o linfoides, según la población leucocitaria que afecten y a su vez agudas o crónicas dependiendo de la evolución del cuadro clínico. A su vez estas últimas tendrán diferencias morfológicas entre sí.

La principal característica de las leucemias agudas es la detención en la maduración de las células de línea mieloide (LMA) o linfoide (LLA) con blastosis en médula ósea. En la medida que todavía existe linfopoyesis normal residual, puede verse en sangre periférica la existencia de formas inmaduras conjuntamente con formas maduras. En las leucemias crónicas, en cambio, no existen formas inmaduras, manifestándose en la sangre sólo células maduras. En este caso el curso clínico suele presentar una sintomatología mucho menos manifiesta que en las agudas.

En estadíos avanzados de la enfermedad puede haber pancitopenia debido a la infiltración medular por parte de las células leucémicas que reemplazan a las series normales, impidiendo la hematopoyesis y la producción de polimorfonucleares y plaquetas.

Dado que el objeto de la investigación es acerca de las leucemia linfoide aguda repitamos entonces brevemente las características específicas del tipo de leucemia: Se trata de una patología proliferativa generalizada caracterizada por la aparición en médula ósea y en sangre periférica de linfocitos inmaduros, llamados “blastos”, que invaden el torrente circulatorio y, secundariamente, infiltran otros tejidos pudiendo llevar al sujeto a la muerte.

Chiozza y colaboradores (1985) plantean que el esquema de investigación de la fantasía específica de esta enfermedad se sustentó en la estratificación de tres tipos de fantasías.

En primer lugar estaría la fantasía específica de la leucemia linfoblástica. Los autores vinculan dicha fantasía a conflictos de identidad e intimidad primitivas. Consideran que dichas fantasías son propiamente linfocitarias y tímicas.

Con un mayor grado de generalidad estarían las fantasías específicas correspondientes a todas las leucemias. Dichas fantasías corresponderían a los trastornos de la inmunidad y de la lucha contra los agentes patógenos que invaden al organismo.

El tercer lugar, lo ocuparían las fantasías cancerosas debido a que las leucemias se inscriben dentro de este tipo particular de patologías.

Vayamos entonces de lo general a lo particular:

A)
Chiozza y colaboradores (1985a) han resumido en 3 puntos principales lo que, a partir de la teoría psicoanalítica Chiozza (Chiozza, 1984b [1967-1970]; Chiozza y colab., 1981c) ha postulado como las condiciones necesarias para enfermar de cáncer. Reproduciremos entonces textualmente esos puntos:

“1. Una fijación al período individual que corresponde al desarrollo embrionario. Este núcleo narcisista inconciente, precozmente disociado, permanece como un deseo insatisfecho que no se integra con el desarrollo que emprende el yo cohe¬rente. Denominamos yo coherente al núcleo yoico que predomina en una persona individual, núcleo que integra siempre, dentro de sí, al estadio más alto que ha al¬canzado la evolución libidinosa. (…)

2. Una frustración actual en aquellos estadios posteriores de la evolución libidinosa que constituyen, para un determinado sujeto, sus modos predominantes de satisfacción. A partir de esta frustración se condiciona una regresión que incrementa la energía pulsional contenida en la fijación nar¬cisista embrionaria, “reactivando” las fantasías que ese grupo contiene.

3. La imposibilidad de descargar la excitación generada en la fijación embrionaria, a través de cualquiera de los estadios posteriores de la evolución libidinosa individual. Esta última condición se realiza, predominantemente, (…)mediante un fracaso en la descarga de la excitación incestuosa, porque la fijación incestuosa, provocada por una relación consan¬guínea, constituye, en la progresión libidinosa, el estadio que sigue a la fijación narcisista embrionaria.” (Chiozza y col, 1985ª, pag 80-81)

En el caso de la leucemia, el cáncer implica una particular alteración de la tolerancia adecuada que mantiene el equilibrio inmunitario. Dicho aumento de la tolerancia inmunitaria permitiría sostener desviaciones o mutaciones celulares cancerosas que en situaciones saludables el mismo sistema hubiera inhibido.


B)
En un grado mayor de especificidad estarían luego las fantasías correspondientes a los trastornos de la inmunidad y de la lucha contra los agentes patógenos que invaden al organismo.

A los fines de comprender el sentido del sistema inmune y la función linfocitaria, los autores de la investigación plantearon que el sistema inmune vigila la “identidad” del cuerpo a partir del reconocimiento del tipo de moléculas que actúan en el organismo diferenciándolas en propias y no propias y atacando a las segundas.

Este proceso se lleva a cabo a partir del reconocimiento de los determinantes antigénicos o epitopes de los antígenos que los macrófagos, luego de fagocitar y procesar, presentan a los linfocitos. Estos, por un lado generan entonces, los anticuerpos específicos para ese determinante antigénico y por el otro se estimula la replicación linfoidea con la finalidad de incrementar el número de linfocitos productores de anticuerpos y generar linfocitos que guardarán la memoria antigénica del epitope reconocido.

Jerne planteó en el año 1975 que las moléculas, en el organismo, son reconocidas porque “su estructura constitutiva coincide con la información que se halla contendida en la pluripotencialidad de los genes y ha sido “reprimida” o sojuzgada durante el desarrollo unilateral de determinados clones que constituyen la identidad génica del individuo” (Chiozza y col, 1985a, Pág. .61). La similitud entre este concepto y el de “lo siniestro” planteado por Freud dio lugar a los autores de la investigación a pensar que este fenómeno trasciende los limites de la psicopatología y se puede manifestar en personas que, como plantean, gozan de una cierta permeabilidad frente a lo inconciente que les permite trascender en el fenómeno artístico como aquel modo de presentar lo familiar en modos y maneras que posee la cualidad de conmovernos.

Chiozza y colaboradores (1985a) sostienen que, “a partir del hecho que la función primordial del sistema inmune reside en el reconocimiento de lo propio y lo ajeno y la conservación mnémica de una determinada configuración antigénica, se presta (..) para arrogarse la representación completa de la identidad”( Pág. 78). Dicha identidad, dicen, es el “proceso psicofísico por el cual un sujeto se ‘reconoce’ a sí mismo como diferente entre sus similares”(Pág. 78).

Para el psicoanálisis, la identidad primaria se constituye a partir de las identificaciones primarias que se da con ambos padres de la prehistoria personal y, tal como lo plantea Freud (1923b) es directa, inmediata y previa a cualquier investidura de objeto.

Las identificaciones secundarias, tema que no atañe específicamente en esta investigación, se sustentan, luego en investiduras de objeto que se llevan a cabo posteriormente cuyo desenlace se consolida en una identificación secundaria que refuerza y modifica a la anterior.

Además, los linfocitos se diferencian en progenies, o generaciones, cada una de las cuales constituye un clon, o familia. Dicha progenie tendrá la facultad de reconocer particular y específicamente a un antígeno.

Por otro lado, a partir del hecho que “durante la vida embrionario-fetal coexisten distintos clones sin ningún género de incompatibilidad”, y luego “una determinada selección clonal resulta la que configura la identidad del individuo, mientras que las demás son reprimidas”, se ha planteado que el sistema linfocitario es “especialmente adecuado para arrogarse la representación simbólica de los procesos por los cuales se establece la identidad más precoz, precisamente aquella que se logra mediante la identificación primaria y se relaciona más íntimamente con un tipo de identidad “familiar” asociada a la idea de ancestro y de clan.”(Pág. 79)

C)
Finalmente y llegando al primer nivel de especificidad de esta fantasía específica se ha planteado que “si el sistema linfocitario normal actúa en salvaguarda de la identidad de un individuo, su proliferación atípica podría representar una defensa exagerada frente a una vivencia de pérdida. Es posible suponer que el nódulo central de la fantasía inconciente leucémica linfoidea encierre un temor insoportable a perder la identidad establecida mediante la identificación primaria” (Chiozza y col, 1985a, pág 82)

Por otro lado el peligro al que expone la disminución plaquetaria y del número de neutrófilos (hemorragias e infecciones que pueden llevar a la muerte) ha sido interpretado como la representación de la fantasía de desangrarse y contaminarse en una especie de “simbiosis” destructiva, “simbiosis” que es vivenciada como una forma de “fidelidad” a la antigua identidad que se está a punto de perder.

En el caso “Sonia” (Chiozza y col, 1985ª), los autores de la investigación, ejemplifican esta última vicisitud mostrando cómo el clon linfoblástico en la leucemia simboliza el proceso conflictivo por al cual la paciente no podía ni tolerar una identidad nueva ni regresar a una identidad ya perdida. De ese modo, el linfoblasto que no logra madurar expresaría la tolerancia a un proceso proliferativo que representa, como todo cáncer, “el triunfo de una progenie ‘primitiva’, que satisface, de forma extrema, su propio ‘narcisismo’” (Pág 83).

Hasta aquí una breve síntesis.

Profundicemos entonces en algunas consideraciones que me ha suscitado la investigación.

¿Qué significa “temor a perder la identidad primaria”?¿Es posible perder la identidad primaria? Y si no fuera posible, ¿por qué se teme perder? O el temor a perder la identidad primaria es una resignificación secundaria de alguna otra fantasía? ¿Qué significa “dejar de ser quien soy”?

Chiozza y col, sostienen que “Cuando queremos comprender, dentro de la teoría psicoanalítica, cómo se constituyen la noción de identidad y el sentimiento de autoestima (como autoconsideración en su doble sentido, positivo y negativo), nos damos cuenta de que la existencia de un esquema corporal es una condición previa fundamental.”(pág 78).

Nuestra percepción de nosotros mismos, nuestro “esquema corporal” es, al decir de Chiozza (1995L) un “mapa” que “grafica” la frontera entra la percepción de la imagen de nosotros mismos y una “imagen del mundo”. El “mapa” de dicha frontera, cuyo mapa es lo que denominamos “esquema corporal”; es el “lugar” de encuentro entre percepción y sensación. La percepción construye la representación del mundo, y la sensación la autorepresentación. Pero “ambas son posibles justamente gracias a esa interfase funcionante que constituye los límites sin los cuales ningún mapa es posible.” (Pág. 192)

La suma del esquema corporal (mapa superficial) mas la identidad permanente (invariancia temporal) será lo que el yo percibe como “sí mismo”, la “autopercepción del yo”, que implica transformar al yo en un objeto para la conciencia y alcanza “el fenómeno de autorreferencia que se denomina autoestima”( (Chiozza, L, (2005c [2003]) pág. 165). El autor plantea, así que “aunque no podemos vernos “con los ojos del otro”, (…) al menos podemos vernos “desde su punto de vista”, como lo hacemos frente al espejo, en el cual no sólo percibimos una forma concreta, sino que también valoramos cualidades estéticas o éticas.”(ibid.)

En este sentido entonces el temor a “perder la identidad primaria” que podría vivenciarse como un estado de “despersonalización” que también se ha descrito como “vivencia de la disolución del yo” o “vivencia de la destrucción de la personalidad”, que el sujeto lo puede experimentar como dejar de ser él mismo.

Tal vez algunas expresiones como «me encuentro raro, como si me hubieran cambiado»; «no comprendo lo que me pasa, todo me parece extraño, como irreal»; «me miro en el espejo y aunque soy yo, me parece la cara de un desconocido»; «ando por la calle y las personas me parecen todas como si estuviesen muertas»; «es como si estuviese vivo y todo lo hiciese automáticamente»; «oigo lo que me dicen y lo entiendo, pero lo siento todo como lejano» dan una idea mas clara de la vivencia con las que se puede presentar este sentimiento. (http://es.mimi.hu/medicina/despersonalizacion.html)

De modo que parecería configurarse como un estado de confusión, de desorientación, respecto de aquello que pensamos de las cosas que nos rodean y que nos con-figura en su trato con ellas; del “mundo” y por lo tanto de mi-yo en vinculación con él (situación que parecería tener, justamente el carácter de “siniestro”).

Tengamos en cuenta que durante el desarrollo embrionario-fetal el yo utiliza al ello como modelo primario de identificación. Ello que representará durante ese período a los protopadres heredados con quien mantiene entonces una relación libidinosa narcisista-hermafrodita “incestuosa” e ideal. Durante la vida postnatal, dicha representación la ocuparán los pares de la historia postnatal. (Chiozza 1985)

Para Freud (1914c) la autoestima, o el sentimiento de sí depende, de manera particularmente estrecha, de la libido narcisista. “Así, no-ser-amado deprime el sentimiento de sí, mientras que el-ser-amado lo realza (Freud, 1914c cit por Chiozza y col. (1993f [1992]) Pág. 115).

Al respecto Chiozza (2005) expresa “La persona para quien hemos dicho que en cierto sentido vivimos es alguien que también nos define. En la medida en que sentimos nuestro vínculo con ella como una pertenencia, define, en una parte importante por lo menos, nuestra identidad, dado que identidad y pertenencia vienen a ser como dos caras de una misma moneda. (…) …sin ese objeto para el cual vivimos y que al mismo tiempo define lo que somos, nos sentimos vivos sin ser alguien. (…) Ese alguien particular frente a cuyo abandono, distanciamiento, desatención, desconsideración o falta de reconocimiento nos sentimos desolados, ese alguien que nos ha “retirado la mirada”, representante inconciente de la madre-umbilical remota. (..) Mi persona (o personaje) principal es, entonces, con el objeto para el cual vivo y es fundamentalmente para él, de quien tengo una imago que corresponde a la persona de él, con la cual me relaciono, a la persona de él que es conmigo. Busco, frente a su persona y de su persona, un reconocimiento de mi persona que sólo la suya puede dar. Se trata en el fondo de una búsqueda que desea reencontrar la satisfacción de aquella necesidad vital, íntimamente ligada a la autoestima, que se gestó en el intercambio de miradas de reconocimiento en el regazo materno.” (Chiozza 2005a, Pág. 219)

Por lo tanto si una parte primaria en la constitución del yo está referido al narcisismo primario, que se constituye a partir del amor del ello por el yo, el “yo leucémico”, temeroso de perder dicha identidad, reaccionaría “como si” fuera a perder el amor del objeto que lo define e identifica. Ese objeto que en su vínculo con él lo hace ser quien es. Representaría así al temor a “ser nadie” para ese “alguien” a través de cuya identificación permitía la descarga de fantasías referidas a una unión narcisista e incestuosa.


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ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LAS TOXICOMANÍAS




ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LAS TOXICOMANÍAS


Dr. Darío Obstfeld



Fundación Luis Chiozza
--- 28 de agosto de 2009 ---



“Quien renuncia a ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida, es el suicida en pie. Su existencia consistirá en una perpetua fuga de la única realidad auténtica que podía ser.”
(Ortega y Gasset, 1930, Pág.78)

Investigar acerca de las adicciones nos enfrenta con un tema sumamente vasto, polifacético y complejo. En el año1980 Albiac presentó en nuestra institución un trabajo en el que realizó un amplio recorrido a través de las distintas ideas que algunos autores psicoanalíticos habían pensado hasta ese momento.
Años mas tarde, L. Casali y C. Nagy, (“Notas sobre la adicción”, 1996), intentaron abrir el camino para abordar el fenómeno de la adicción partiendo esencialmente de algunas ideas desarrolladas por L. Chiozza y G. Bateson.
Las consideraciones vertidas en este trabajo intentan aportar un “grano más de arena” a este amplio universo de las adicciones y corresponde, por lo tanto, a una visión parcial de un mundo mucho más extenso. Para este fin retomaré, inevitablemente, en algunos pasajes, desarrollos teóricos que han sido mencionados en los trabajos precedentes.

1- ¿Qué es una adicción?

El diccionario define al término “adicción” como “hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos” (DRAE). En medicina se usa como equivalente de toxicomanía (Moliner). El término “adicto” se aplica a quien “admira, respeta, sigue, acata a alguien determinado (en el sentido de adepto, afecto o devoto). Etimológicamente proviene del latín adictus, que quiere decir “adjudicado” o “entregado”, término con el que hacían referencia en la antigua Roma para designar a una persona en calidad de esclavo .

De manera que al hablar de “adicción” hacemos referencia, habitualmente, a una conducta o a una actitud que tiene un sujeto hacia algo o hacia alguien cuya particularidad está determinada por un tipo de vínculo de entrega o adhesión que puede llegar hasta una dependencia extrema (Casali y Nagy, 1996).
Según Bateson (1987), el término “adicción” en una expresión que sirve para designar cualquier interdependencia sistémica. Sostiene que las características de una adicción son las de la relación entre dos personas o entre una persona y el ambiente. En dicha relación la modificación en un elemento del vínculo modifica al otro. Plantea además que a menudo una de las partes de dicho vínculo no necesariamente es un ser vivo . De este modo plantea que si la pérdida de algún componente del sistema, disminuye o destruye la vida del otro componente, sería posible decir que un componente tiene adicción por el otro. Esta idea de Bateson da lugar a pensar que si bien no todo vínculo destructivo es adictivo, todo vínculo adictivo, parecería implicar cierto grado de destrucción.
Definir qué es dañino y qué no lo es, no parece ser un tema sencillo ya que en muchas circunstancias, el daño en una función podría ser un “precio” a pagar por un beneficio en otra pero, a pesar de ello, la idea de experimentar un deterioro progresivo en una función o en una capacidad, parecería dar cuenta de aquello que, a los fines del tema que nos ocupa, llamamos “daño”.
La idea de daño parecería entonces hacer referencia al deterioro progresivo que habitualmente se manifiesta en aquellas personas que sufren una adicción, por ejemplo a un fármaco, y que lo han consumido por un tiempo prolongado.
En las toxicomanías y dependiendo de la droga de consumo, existen deterioros en la función de algunos órganos, como puede suceder en el hígado con el cual el consumo masivo y prolongado de alcohol. Pueden coexistir además deterioros cognitivos, sociales, afectivos, laborales, económicos, etc. La lista parece interminable.
Algunos autores (Didia Attas, 2008) hacen hincapié en la conducta compulsiva. En ese sentido describen un estado en el que está diminuida la posibilidad de evitar el consumo y se manifiesta como una pérdida del control, a pesar de que el sujeto conozca las consecuencias adversas.
Por lo tanto, brevemente, las características que parecerían definir a una adicción serían: la compulsión, la pérdida de control respecto del consumo de un “objeto”, la dependencia que se adquiere respecto de él y el consecuente perjuicio que esto acarrea.
Si bien habitualmente cuando se habla de adicción se piensa en toxicomanías, Casali y Nagy (1996) siguiendo ideas de Chiozza, consideran que el concepto parece ser más extenso y abarcar toda una serie de “objetos” a los que una persona puede “adherirse”. En ese sentido Chiozza y otros autores consideran que la adicción puede comprometer tanto a las drogas como al trabajo, el café, las comidas, las personas, los lugares, los objetos de consumo, la sexualidad etc. (Chiozza, 1970f [1964-1966], 1991 ; Musacchio de zan y Ortiz Frágola, 1996, Rodriguez Piedrabuena, 1996, etc. cit. por Casali y Nagy, 1996)).
A partir de estas ideas Casali y Nagy, (1997), plantean que si bien un sujeto puede ser adicto a diferentes “objetos”, las toxicomanías parecieran ser los objetos más representativos de ésta patología y por ello arrogarse la representación de las adicciones en general o, dicho en otros términos, de los diferentes tipos de adicciones.
Por otro lado si bien, como dijimos, la adicción parecería ser un concepto extenso, la forma típica de la adicción parecería comprometer en particular el vínculo con una “sustancia” que genera un cambio en el estado de ánimo como resultado del contacto con ella . Ello nos da lugar a pensar que posiblemente pueda tomarse a los fármacos, y en particular los psicotrópicos, (o sea, aquellos agentes químicos que actúan sobre el sistema nervioso central, y que traen como consecuencia cambios en la percepción, el ánimo, los estados de conciencia y el comportamiento), como la figura o el molde a partir del cual las otras “adicciones” toman su modelo.
Por lo tanto, si bien las autoras, consideran que todos los objetos funcionarían al modo de una droga en la medida que se establece con ellos un vínculo adictivo, sería posible pensar que la idea “adicción” corresponda al tipo de comportamiento de un sujeto a partir de la toxicomanía y las “otras” adicciones, ya sea al juego, las personas, al trabajo, etc. tomarían de las toxicomanías el modelo, al modo de una metáfora, para dar cuenta de la conducta que el sujeto manifiesta.


2 - El consumo y la sociedad de consumo.

Las adicciones ocupan hoy en día un lugar cada vez más importante dentro de la patología que afecta a la población en general. La gente joven y particularmente los adolescentes parecerían ser la población mas afectada. Recientemente se han difundido cifras que plantean que el 82% de los alumnos de escuelas secundarias bonaerenses consume bebidas fuertes, como tragos basados en vodka o gin . Del mismo modo es de público conocimiento que el consumo de estupefacientes ha ido incrementándose hasta el punto de llegar a ser extraño encontrar a algún adolescente que no haya estado en contacto con una droga o conozca alguien que sí lo esté. Se podría pensar entonces que ésta patología que se ha incrementado en los últimos tiempos, debe corresponder con un cambio que, mas allá del sujeto particular, afecte a la sociedad en su conjunto.

El tema de las adicciones parecería introducirnos entonces en otro tema, al parecer, íntimamente relacionado que es el de “consumo”. Según el diccionario, el consumo es la acción y efecto de utilizar comestibles u otros bienes para satisfacer necesidades o deseos (DRAE). Cuando hablamos de “sociedad de consumo” hacemos referencia a un tipo particular de orden social que está “basado en un sistema tendente a estimular la producción y uso de bienes no estrictamente necesarios.” (DRAE).
Si bien el consumo es algo inherente a todo ser vivo el hombre ha consumido en todas las épocas objetos, más allá de las necesidades vitales, con objetivos distantes de los referidos exclusivamente a la supervivencia. Según la sociología, en los últimos tiempos, parece haber habido un cambio en la modalidad en la que el consumo se lleva a cabo. En este sentido se ha planteado que en la actualidad la sociedad de consumo procura que las personas tiendan a crear una serie de hábitos que llevan a un modo particular del consumo que se caracteriza por una superproducción de bienes, la predisposición a comprar y el despilfarro.
Bauman (2006), plantea que la sociedad de consumo justifica su existencia con la promesa de satisfacer los deseos como ninguna otra sociedad pasada lo¬gró hacerlo o pudo siquiera soñar con hacerlo. Plantea además que “esa pro¬mesa de satisfacción sólo puede resultar seductora en la medida en que el deseo permanece insatisfecho” (Pág. 120). Precisamente, “la no satisfacción de los de¬seos y la firme y eterna creencia en que cada acto destinado a satisfa¬cerlos deja mucho que desear y es mejorable, son el eje del motor de la economía orientada al consumidor.” (Ibíd.)
En este mismo sentido Chiozza y Obstfeld (1991h [1990]) consideran que “un componente importante de la llamada sociedad de consumo es la insatisfacción que en ella sufre el hombre, y la dificultad para gozar de lo que adquiere, lo cual lo lleva a adquirir cada vez más objetos, en una búsqueda ilusoria del bienestar. Esta última actitud implica siempre un derroche, en la medida en que estos objetos no serán aprovechados y en que, por esta misma razón, se perderán fácilmente.” (Pág. 266)

Bauman (2006) plantea que el motivo por el cual aquello que el sujeto ha poseído o alcanzado ya no interesa tanto como el que aún no se posee, es que dicha la compulsión a consumir trae aparejada una desvalorización del objeto una vez que se ha alcanzado .

Por su parte, Chiozza y Obstfeld (1991h [1990]), sostienen que la dificultad para gozar de los objetos “surge del sentimiento de impropiedad de los medios con los cuales se los ha adquirido.” (Pág. 266) estableciéndose un círculo vicioso “por obra del cual se tiende a sustituirlos rápida y continuamente, en una actitud de derroche que está al servicio de la búsqueda ilusoria de un goce inalcanzable”. (Ibíd.)

Nos encontramos entonces con que el acceso a cuantiosos bienes no concuerda con el nivel de satisfacción del consumidor.

De este modo, podemos pensar que el impulso a buscar soluciones rápidas a los problemas y alivio para el do¬lor y la ansiedad es un aspecto de una conducta maniaca e ilusoria que contiene, en cierto modo, el germen de lo que sería posible observar en las adicciones, una situación que encubre el sufrimiento ante una situación melancólica caracterizada por un sentimiento de vacío que no logra llenar.

Así, la dificultad para tolerar la carencia, la frustración, sin correr a buscar algo que instantánea y momentáneamente lo calme, y el hecho que ese supuesto “calmante” esté tan al alcance de la mano y con un esfuerzo tan pequeño, conlleva un círculo vicioso en donde se recae una y otra vez en una ilusión y una ansiedad por poseer cada vez más.

Al respecto, Lorenz (1972) considera dos fenómenos comportamentales que amenazan la cultura. El primero de ellos, dice, es el mecanismo que asegura lo que Freud llamó ‘economía equilibrada del placer y el displacer’. El segundo, es la dificultad para transmitir el conocimiento tradicional desechando rasgos obsoletos y adquiriendo nuevos.

Respecto del primero, sostiene que unos síntomas de dicho trastorno son: el apremio a la satisfacción instantánea, la incapacidad para soportar cualquier clase de dolor y la poca disposición a moverse. El primero de estos síntomas se manifiesta en la disminución de la habilidad y el deseo de luchar en pos de objetivos que sólo pueden alcanzarse en el futuro; de ese modo, “cualquier objetivo que no pueda alcanzarse en seguida no vale la pena”. El segundo, en el elevado consumo de analgésicos y tranquilizantes; y el tercero lo relaciona con una insatisfacción permanente y con lo que Kart Hahn denomina pereza emocional. Al respecto dice: “el debilitamiento de la capacidad de sentir compasión es (..) un concomitante frecuente de la típica pereza de los adolescentes hastiados.” (Pág.70)

Para Lorenz (1972) la naturaleza de este trastorno se puede comprender, a nivel neurofisiológico gracias a dos conceptos, el primero lo vincula con una habituación o ‘adaptación sensorial’. Como una especie de fatiga a la que sucumbe a los fines de protegerse de un estímulo particular. El segundo está relacionado con la idea de ‘rechazo’ o ‘contraste’ que permite, justamente por comparación, “que las actividades aparezcan en arranques o ataques en lugar de ‘gotear’ constantemente” (Pág.75)

El autor considera que “el hombre moderno se ha empeñado tanto en evitar todo tipo de situaciones estimulante que causen displacer y ha sido demasiado listo en crear alicientes recompensantes ‘supranormales’ que no comprende que a los niveles mas altos de felicidad accesibles sólo se puede llegar explorando el fenómeno del contraste. Así, dice, “el hombre moderno lleva una vida tan regalada que rehúye pagar siquiera el tributo moderado de frustración y trabajo que la naturaleza ha fijado como precio de todo gozo terrenal” (Pág. 75) y continúa: “gastar cualquier gozo hasta el punto de agotarlo es mala economía del placer y, aun peor, empujar aun mas arriba el umbral levantado mediante la búsqueda de estímulos supranormales” (Pág. 76). “De este modo se amortigua la oscilación de la amplitud de las emociones hasta una oscilación apenas perceptible de placeres y displaceres diminutos dando por resultado un aburrimiento inconmensurable.” (Ibíd.)

De ese aburrimiento es del que intenta “salir” a través de múltiples “artilugios” recayendo una y otra vez en un círculo vicioso de insatisfacción y hastío. Es que, tal como dice Lorenz (1985) “la búsqueda de entretenimiento es la temible antitesis del placer causado por el juego creativo” y “la actitud anímica absolutamente pasiva que favorece esa inactividad no caracteriza tan solo al hombre hastiado , sino también al saciado, por no decir cebado” (Pág. 191)



2- Adicciones e insuficiencia hepática

Chiozza concibe un modelo de aparato psíquico estructurado en torno a la función de materializar ideas. Dichas ideas a materializar son tramitadas como estímulos ideales y están contenidas tanto en los estímulos del mundo externo como en las formas ideales contenidas en el Ello. (G. Chiozza, 1998)
Cuando el yo es capaz de materializar el estímulo comporta un crecimiento yoico. En ese caso, el estímulo posee la cualidad de angelical. Si en cambio, un estímulo supera la capacidad de yo para materializarlo, produce una desorganización traumática del yo que tendrá entonces la cualidad de demoníaca. Frente a esta situación el yo implementa, como mecanismo de defensa, la escisión de una parte del yo que se separa del resto y “pasa así a formar un núcleo u objeto que contiene el ideal para ese yo” (G. Chiozza, 1998, Pág. 123)
La identificación masoquista del yo con este núcleo disociado, estado al que Chiozza denominó protomaníaco, genera sentimientos penosos como el aburrimiento, el taedium vitae o el sentimiento de vacío, el estar podrido, fastidiado, mufado, hasta llegar a una situación de letargo profundo. (Chiozza, 1970d [1963-1968]). Todos estos fenómenos y síntomas estarían relacionados entre sí y, además, “con el fracaso de la acción digestivo-envidiosa sobre los objetos del entorno, acción que se vuelve, entonces, sobre el propio organismo” (Chiozza, 2001l). (pág. 13)
La incapacidad para tolerar dichos sentimientos penosos puede conducir a una defensa secundaria: la búsqueda de aturdirse o anestesiarse mediante drogas o alcohol. Así, la droga tendría, para Chiozza, un efecto doble, por un lado facilitaría la identificación con las estructuras yoicas fetales contenidas en el núcleo aletargado, es decir promueve un estado maníaco y también insensibiliza frente a la destrucción que comporta dicha identificación (Chiozza, 1970d [1963-1968])
Para Chiozza habría una unidad de significación entre el aburrimiento y ciertas formas menores de toxicomanías como el alcohol, el café y la adicción a algunos medicamentos y a las drogas. De modo tal que la adicción entonces constituiría un intento defensivo frente a una situación básica caracterizada como aburrimiento (Chiozza, 1970f [1964-1966]).
A partir de ello, Casali y Nagy (1996) plantean que las adicciones “comprometen un trasfondo hepático y un punto de fijación fetal que incluiría también a lo embrionario” (Pág. 31) y por lo tanto “la modalidad embrionario-fetal de ‘apegarse para recibir suministros’ puede actualizarse como una adaptación adecuada-formando lazos afectivos con personas o cosas, que solemos denominar apego, adhesión, arraigo etc. en vínculos normales que permiten un crecimiento o puede actualizarse con fines defensivos, como ocurre con el adherirse a algo a alguien ‘adictivamente’ , es decir ‘usándolo como droga’ para evadir un afecto penoso (aburrimiento, sentimiento de vacío, desolación, debilidad, insuficiencia, desesperación, depresión melancólica, etc.)” (Pág. 25). Esta situación que, en caso de comprometer una conducta repetitiva, de modo regular de relación, se configuraría un “carácter adictivo”.(Pág. 31)
Por otro lado, Chiozza y colaboradores, (1969b), a partir del concepto de interioridad planteado por Portman, sostienen que cada sustancia posee una fórmula química, que es su configuración particular, que la distingue en el carácter de su acción y en su conducta y constituye su ‘alma’ (Pág. 106). Dicho carácter de interioridad, que constituye la fantasía específica de esa sustancia, se combina luego con la interioridad propia de quien la consume en una reacción de una doble interioridad. Así, el encuentro del sujeto con la droga puede ser comprendido como el encuentro de dos interioridades que, al combinarse, constituyen la transformación de esa “doble” interioridad .
De manera que a partir de la relación entre un sujeto y la droga de consumo, se establecerá un tipo particular de vínculo que poseerá las características de las identidades particulares de los integrantes de esa “relación”. En este sentido los toxicómanos tendrán un tipo de relación con las drogas, particular y específica, que nos permitirá identificar el vínculo como un vínculo adictivo en el que cada una de las partes le brindara a la relación su componente activo sin el cual la relación íntegra no funcionaría. Un paso mas específico lo otorgará luego la particularidad propia de cada una de las drogas de consumo de manera tal que en el consumo, por ejemplo, de marihuana la transformación de la doble interioridad tendrá rasgos específicos que nos permitirá diferenciarlo del consumo de ácido lisérgico, de pseudoefedrina, de cocaína, etc.




5- El consumo en las adicciones

Muchas de las drogas que se consumen en el “mercado” no necesariamente fueron “concebidas” para los fines que las personas les dan hoy en día . Así, algunas de ellas, “nacieron” para cumplir un papel durante la iniciación a ciertas religiones, como sucede con algunas plantas psicoactivas o para inducir estados particulares de conciencia o como analgésicos o anestésicos . Pero, con el tiempo, esos usos parecen haber ido cambiado y hoy en día nos encontramos con un uso, que podríamos llamar espurio, en el que a través de esas drogas el sujeto intentaría alcanzar objetivos que de otra manera posiblemente no conseguiría. Ello convierte entonces a una sustancia con fines religiosos en una “droga”, a través de la cual el sujeto intenta calmar una ansiedad y evitar enfrentarse con sentimientos de vacío, aburrimiento, desolación, etc.

A partir de la idea de Lorenz (1972) que cualquier exceso funcional puede llevar a un desequilibrio destructivo (Pág. 68) podemos pensar que habría, entonces, por así decir, una conducta de “base” que no tendría, en principio, un objetivo dañino, como lo es el consumo, pero en la que se modifica el objetivo original de su existencia transformándose en una práctica desvirtuada a través de la cual, tal como plantamos anteriormente, intenta mantener alejada de la conciencia sentimientos penosos que el sujeto no soporta. Una práctica que podemos pensar que acarrea más consecuencias negativas que positivas para la vida del sujeto ya que, como veremos más adelante el sujeto, a medida que incurre reiteradamente en este modo ilusorio de satisfacción, se encuentra en peores condiciones para poder vivir sin ese “analgésico”.

Cuál es el “camino” que conduce a una adicción es una pregunta difícil de responder.

Chiozza (Chiozza, 1991 citado por Casali y Nagy, 1996) sostiene que “la adicción dentro de ciertos límites es un fenómeno normal, y habría una gradación que va desde pequeñas adicciones – que no solemos considerar enfermedades- hasta las grandes adicciones que se incluyen habitualmente dentro de la patología” (Pág. 9). Por pequeñas adicciones el autor considera a aquellas que habitualmente forman parte de las costumbres generales de la convivencia como sucede por ejemplo en una reunión en la que resulta casi inconcebible que no haya nada para llevarse a la boca o, como en los velatorios donde se sirve café. Una de las preguntas centrales – agrega el autor - es entonces ¿cómo se recorre el camino que lleva desde un límite más o menos normal en la adicción hasta la enfermedad?” (Ibíd.)

A partir del planteo de Chiozza de “núcleos inconcientes adictivos” (Chiozza citado por Zaffore, 1996) presentes en el psiquismo normal correspondientes a fijaciones embrionario-fetales que se reactualizarían en la adicción, Casali y Nagy (1996), sostienen que “una variación de intensidad en la reactualización de dichos puntos de fijación daría cuenta de la diferencia entre las pequeñas y las grandes adicciones”. (Pág. 25)

Antes habíamos mencionado el concepto de Chiozza y colaboradores (1969ª) de la doble interioridad. En la investigación sobre el Opio (1969c), los autores plantean que si el hombre entra en contacto esporádico con la droga, la transformación de la doble interioridad es superficial y fácilmente reversible; pero si el hombre se ‘acostumbra’ a la droga, “ha de permanecerle fiel; desarrolla una adicción, una dependencia que, a la manera de un vínculo simbiótico fetal-materno, lo lleva a colocar el epicentro de su vida en el elixir, (…) que penetra por sus venas.” (Pág. 113)

Tal vez entonces podemos comprender que la “variación de intensidad” estaría relacionada con la transformación de la doble interioridad, una transformación en las que las condiciones de dicho acostumbramiento esté dado por la habitualidad que se va “haciendo carne” con el tiempo.

La repetición de una situación o de un acto a lo largo del tiempo, o la disposición para llevarla a cabo, genera lo que conocemos como hábitos. (Moliner, 1996). Chiozza (Chiozza, 1995I [1994] cit. por Casali y Nagy, 1997) señaló que metapsicológicamente comprendemos los hábitos como lo que conocemos como la compulsión de repetición de la libido. Son costumbres o facilitaciones, procedimientos o conductas que se reiteran de un modo semejante.

Los hábitos están determinados por “todo el lastre y sedimento de las costumbres públicas y de la opinión” como la educación, las tradiciones, el medio social en que nos movemos como atmósfera de la cual nos nutrimos, los ejemplos que hemos recibido”, todo ello “representa una fuerza extraordinaria que gravita sobre el agente personal y ejerce en ocasiones una especie de coacción moral” (Montaner y Simón, 1912).cit. por Chiozza, 1991e [1990] Pág. 31)

Ortega y Gasset (1917) plantea que “para algunos biólogos contemporáneos la función mínima de la vida consiste en la capacidad de repetir. En un cuerpo mineral una impresión es tan nueva la segunda como la primera vez que se recibe. En un cuerpo vivo la impresión renovada encuentra aún vivaz su anterior influjo y traba con él una irrompible solidaridad, merced a la cual la impresión pasada se reconoce en la presente, y ésta atrae, resucita a aquella. Así se forma el hábito, acumulación de modificaciones pretéritas que reviven en todo momento y operan sobre la actualidad.” (Pág.177)

Tal vez algunos hábitos puedan responder a una importante economía de principio evitando reaprender una acción que se lleva a cabo con asiduidad, convirtiéndolos en alguna medida en automatismos. Tal como dice Ortega y Gasset (1924) “Las ideas sensibles de los cuerpos concretos fueron las primeras en fijarse y convertirse en hábitos. Ellas constituyen el repertorio más antiguo, más firme y cómodo de nuestras reacciones intelectuales. En ellas recaemos siempre que el pensamiento afloja sus resortes y quiere descansar.” (Pág.394) .Otros hábitos, en cambio, pueden ser producto de una inflexibilidad en la conducta, de una anquilosis (Chiozza y colab., 1993k) y pueden llegar a ser perjudiciales.

Nuestros hábitos funcionan entonces como automatismos, como “procedimientos efectivos inconcientes, producto de juicios preformados, que constituyen el yo” (Chiozza, 1995o, Pág. 213); determinan una “particular manera de ser, que implica un modo de pensar, de sentir y de actuar constante y estable, configura lo que se conoce con el nombre de “carácter” (Chiozza y Dayen, 1995J).

Esquemáticamente podemos distinguir a los hábitos, en “buenos” y “malos”. A los hábitos dignos de elogio los llamamos virtudes (Aristóteles ), a los nocivos, dice Chiozza (Chiozza, 1991, cit. por Casali y Nagy, 1997), solemos llamarlos “vicios”. Lorenz (1972) sostiene que “no hay vicio humano que sea otra cosa que el exceso de una función que, en sí misma, es indispensable para la supervivencia de la especie” (Pág. 68).

Algo que se realiza “de vicio” implica la idea de que no hay una necesidad o motivo “real” de llevarlo a cabo y algo que se lleva a cabo “por vicio” da cuenta de una situación de la que el sujeto no pude librarse, al menos fácilmente. Se dice entonces que está “enviciado”.

Quien está “enviciado”, no sólo padece pasivamente su vicio sino que, además, dicho vicio intenta cumplir, al mismo tiempo, una función. En este sentido Casali y Nagy (1996) consideran que una importante motivación que lleva a un sujeto a adherirse a algo o a alguien lo constituye el deseo de “calmar rápidamente (‘fácilmente’) un estado de ánimo insoportable” (pag 31)

Coincidimos con las autoras cuando plantan que “toda adicción es un vicio” (1997, Pág. 9) y por lo tanto, un acto que intenta compensar una carencia que se ha configurado, a partir de su reiteración, en un habito, perjudicial, consolidándose en una costumbre.


6- Del acto circunstancial al uso habitual. La costumbre.



Para observar las etapas de pasaje del acto al hábito, en principio parece importante las consideraciones de las que parte la toxicología para diferenciar entre lo que considera como un “acto” de consumo ocasional, denominado habitualmente con el término “uso”, de lo que denomina “abuso” y “adicción”.

En toxicología se designa con el término “uso” a “la utilización de la misma droga, frente a un mismo estímulo, pero sin regularidad en el tiempo” (Astolfi y col., 1988., Pág. 285). Constituye los primeros contactos del sujeto con la sustancia y las motivaciones pueden estar fundadas en diversas circunstancias. Por ejemplo, una “curiosidad” ocasional, como podría suceder en un reunión social entre adolescentes o un estudiante que tomara un estimulante para poder mantenerse despierto (estudiando) toda la noche o un deportista que, acosado por la competencia, recurra a estimulantes a fin de incrementar su rendimiento o la necesidad de satisfacer algo que no depende exclusivamente de la sustancia o el objeto de consumo sino de intereses indirectos, como podría ser un acto de rebeldía de un adolescente hacia los padres . Astolfi y colaboradores (1988) los definen entonces como “usadores de droga” y si bien, dicen, no se consideran toxicómanos, se encuentran en sus fases iniciales.

Es posible pensar que a pesar que al parecer por esta definición que encontramos en la toxicología, el “uso” de una “sustancia” parecería tener un cierto carácter “inocente”, creo importante tener en cuenta que implica ya el consumo a partir de una fantasía particular que podría conducir, como veremos luego, a perpetuarse en el tiempo.

El “abuso”, implica un uso de una misma sustancia en diferentes situaciones y /o el empleo de más de una sustancia con distintos fines. La característica que diferencia a esta etapa de la siguiente es que al parecer no hay un consumo regular en el tiempo, y mantiene, como en la etapa anterior, un consumo ocasional o circunstancial.

En el caso antes mencionado del estudiante, implicaría un uso del fármaco no sólo para estudiar, de vez en cuando, toda la noche, sino además su empleo con otras motivaciones, como el rendimiento deportivo o el bajar de peso, etc. o también la utilización de distintos fármacos, en forma compensatoria, como por ejemplo estimulantes para estar despierto y depresores para dormir ya que la sobreexcitación no le permite conciliar el sueño y luego estimulantes nuevamente ya que no puede despertarse. De esta manera cae en un círculo que se retroalimenta a sí mismo y que no por casualidad se denomina “vicioso”, si bien todavía no se ha configurado como un hábito. (Ibíd.)

Tal vez entonces podamos pensar que en este período el sujeto si bien no es adicto a una sustancia, si lo es a provocarse estados de ánimo a través de un fármaco .

Un paso más allá, el proceso adquiere regularidad en el tiempo y se hace permanente, entrando en una adicción franca en donde el uso habitual y compulsivo caracteriza esta etapa con el consecuente corolario del deterioro general y el perjuicio social.

¿Cual es el momento de “pasaje” entre la “normalidad” y la “patología”?, ¿es una cuestión cuantitativa solamente o al modificarse cuantitativamente se modifica indefectiblemente cualitativamente? ¿Que factor podría conducir a regularizar el consumo en el tiempo?

Todo parece indicar que se ha producido un cambio en el vínculo con “la sustancia”, un cambio que se caracteriza por la dificultad para prescindir de “la droga”; y tal vez no pueda dejar de consumir debido a que a partir de ese cambio, ya la vida, sin la droga, no es la vida que el consumidor desea.

Tal como plantea Chiozza, cuando afirma que “las fantasías presentes en (..) algunas adicciones, parecen revelar que el hombre, (…) alienta deseos ilusorios de conseguir, [a través del objeto de adicción], la potencia necesaria para satisfacer, sin esfuerzos y sin espera, todos sus anhelos.” (Chiozza y colab., 2001m, Pág. 162)


7- La dependencia.

Bateson (1989) (cit. Por Casali y Nagy, 1996) considera que las relaciones de dependencia se pueden dividir en 3 niveles:
El primer nivel se trataría de la dependencia sistémica y abarca a la relación con aquellas cosas sin las cuales no es posible el funcionamiento de la vida. Ejemplo de ello son la relación con el aire, o la gravedad o la relación del pez con el agua.
El segundo nivel, dice, comprende el proceso de adquirir esa dependencia. En este punto, el modelo es comparable al modelo del aprendizaje, adaptación, aclimatación, etc. Lo constituyen aquellas dependencias que pueden ser reversibles a cierto costo o irreversibles; son dependencias estables, que constituyen adaptaciones a un nuevo contexto, a través de la cual puede alcanzar soluciones verdaderas a determinadas necesidades. Ejemplifica este nivel con el uso de un medicamento para tratar la hipertensión arterial y dice “en ese caso uno seguramente es dependiente: la medicina se ha convertido en parte del sistema de uno” (Pág. 136). Tal vez entonces podamos incluir en esta categoría lo que antes planteamos como “uso”.
El tercer nivel, estaría representado por aquel en el que “uno se entrega a menudo a las drogas o al alcohol o a la carrera armamentista y aquí se produce una escalada de creciente intensidad.” (Ibíd.) En este sentido plantea que “con el término adicción nos referimos no sólo a un procesos de creciente intensidad sino también a un proceso en el cual el paso a la adicción se considera de adaptación o terapéutico o quizás sólo estimulante, aunque en realidad ese paso deja sin satisfacer la necesidad” (Ibíd.)
Bateson (1989) considera así que la adicción responde a una necesidad que no se satisface con aquello que consume y a lo que se adhiere. A pesar de ello, tal como plantea Chiozza (Chiozza 1991 cit. por Casali y Nagy, 1996) “el tema de la descarga sustitutiva en la adicción, es ubicuo”, es una característica de cualquier síntoma. En este sentido, siguiendo a este autor, que el consumo de una sustancia, constituya un intento fallido de gratificación sustitutiva a la que un sujeto se ha habituado, no parece lo más característico de una adicción.
Tal vez entonces lo que mas se acerque a especificarla sea la necesidad creciente, lo que Bateson llama “en escalada” y que la medicina calificó con el nombre de “tolerancia”. Dicha tolerancia parecería implicar la idea de un acostumbramiento que comporta cierto grado de destrucción, en donde el sujeto cuanto más consume, en peores condiciones se encuentra y precisa cada vez más droga para intentar enfrentar aquello que, sin la droga, cree que no puede. Por lo tanto paulatinamente está en peores condiciones y necesita, a través del incremento en la dosis, más efecto. Esta situación termina debilitando cada vez más al sujeto y por lo tanto el problema se agudiza.
Podíamos imaginarlo como acostumbrarse a vivir con un objeto que promete una satisfacción futura y por lo tanto, soportar “su” trato sería, en un principio, “el costo que debe pagar”; pero luego, con el tiempo, llega a habituarse, al punto de no sentir algunos de los efectos perjudiciales o ignorarlos. Imposibilitado de hacer el duelo por una elección fallida, intenta la solución por el mismo camino y se aferra más a aquello que supuestamente le brindaría la satisfacción, incrementando su debilidad y alejándose de la posibilidad de separarse de ese objeto. Tal vez pueda comprenderse de este modo, lo que Lorenz planteó como “habituación” o “adaptación sensorial”. Así, la droga, se lo iría “comiendo” paulatina y silenciosamente, con la complicidad del sujeto.
La inmunología usa el término “tolerancia” para describir un proceso activo a través del cual se evita el “auto-reconocimiento”. Dicha tolerancia, que permite distinguir entre lo propio y lo ajeno, es lo que determina que una célula reconozca un antígeno cuando no es propio, o sea cuando es potencialmente dañino para sí mismo.
Usando la misma metáfora entes esbozada, sería posible pensar que la tolerancia implicaría la aceptación de una convivencia con un objeto en la que el sujeto piensa que va a obtener una ganancia pero va “perdiendo” paulatinamente su capacidad de discernir no sólo aquello que lo perjudica sino también algo respecto de su propia identidad. Es posible pensar que dicha pérdida coincidiría con la “anestesia” de las toxicomanías que Chiozza (1970n [1968]) plantea que tendría la función de insensibilizar al yo frente a la destrucción que comporta la identificación con estructuras yoicas fetales contenidas en el núcleo aletargado.
En ese sentido el fenómeno de la tolerancia o acostumbramien¬to, daría cuenta de la transformación de esa doble interioridad que plantea Chiozza y en la que, como sostiene la farmacología (Litter, 1966 cit. Por Chiozza 1970ª), dicha transformación llega incluso, a nivel celular .



8- Los hábitos y las normas. El SY como decantación de “la voz de los padres”. Las normas como decantación del SY.

Las normas son las “reglas que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades,” (DRAE). Dichas reglas, se pueden establecer como producto de la decantación de acciones eficaces y tienen la cualidad de ser compartidas consensualmente. De modo que las normas funcionarían como, lemas , que se han incorporado como automatismos y que tiene la característica de un hábito .

Los hábitos que, como dijimos antes, determinan una “particular manera de ser, que implica un modo de pensar, de sentir y de actuar constante y estable” (Chiozza y Dayen, 1995j Pág. 163), determinarán entonces, cuando son individuales, las normas individuales y cuando están destinadas a regir la conducta grupal, las normas sociales. Dichos hábitos configuran lo que se conoce con el nombre de ‘carácter’ (ibid).

Chiozza y Dayen (1995j) plantean que el carácter está constituido por las normas propias que se han incorporado y que son, en su mayor parte, inconcientes y egosintónicas, a diferencia de las normas de la autoridad externa, impuestas por los padres o la sociedad, y las normas superyoicas (conciencia moral), “interiorizadas”, que son vividas como ajenas al yo (Pág. 163) El carácter se constituye, así, tal como lo plantean los autores siguiendo a Freud, como un conjunto de pre-juicios que determinan entonces nuestros hábitos.

Según Chiozza y colaboradores (1991e [1990]) el carácter de una persona posee rasgos más o menos saludables con los que se vincula con el mundo y con los demás. En los vínculos sociales los modos de relación que se configuran en torno a la solidaridad se establecen con los rasgos más saludables del carácter. Son aquellos vínculos en los cuales “cada una de las partes asociadas obtiene algún provecho de la vida en conjunto y que son igualmente responsables por el mantenimiento del vínculo y por las consecuencias que la existencia de esa relación ocasiona” (Pág. 32). En cambio, dicen, “los rasgos más rígidos, menos dispuestos a la reforma, producen vínculos de adhesión pero no de solidaridad. Se trataría, entonces, de vínculos simbióticos sostenidos a partir de hábitos y costumbres anacrónicos que son vividos como imposibles de reformar. La vivencia proviene del hecho de que son hábitos que defienden al yo de la integración de aspectos no nacidos. Estos aspectos, proyectados en un partenaire, se manifiestan en la adhesión en un vínculo simbiótico que no logra convertirse en la solidaridad de un vínculo genital.” (ibid.)

¿A que se refieren los autores cuando dicen que los rasgos rígidos del carácter provienen de hábitos que defienden al yo de la integración de aspectos no nacidos?

El yo se configura a imagen y semejanza del ideal del yo que forma parte del ello (identificación) mediante un proceso que Chiozza (1970ª) ha descripto en dos fases: “Por una parte, el yo introyecta estímulos o ideas, que configuran el plano, proyecto o modelo a copiar (introyección “visual-ideal”). Por otra parte, el yo incorpora la sustancia, la materia necesaria para dar cuerpo al modelo. Debido a que el hígado se presta adecuadamente para simbolizar esta función y teniendo en cuenta su carácter material, a esta incorporación Chiozza la denomina “hepático-material”. En este sentido, el autor sostiene que el yo “hepático-material”, que asimila y transforma en carne propia los ideales, es la sede principal del sentimiento de identidad.” (Chiozza, 1970ª, 1970n [1968]).
Chiozza y colaboradores (1996c [1995]) sostienen que “la identidad lograda o bien establecida es aquella en la que lo concretado materialmente se asemeja al proyecto ideal, de modo que puede ser reconocido como una copia del modelo. Los aspectos que no llegan a materializarse y permanecen como modelos ideales generan lo que el psicoanálisis estudió como la primera disociación del yo: la constitución del ideal del yo.
Dicho ideal de yo, en calidad de superyo, funciona como una instancia con la que el yo se compara y a la que aspira alcanzar, una instancia que se establece como decantación (entre otras) de la instancia parental.

Freud (1933ª [1932]) plantea que el fragmento más importante y decisivo del carácter, lo crea, “la incorporación de la anterior instancia parental en calidad de superyó, (..) luego, las identificaciones con ambos progenitores de la época posterior, y con otras personas influyentes, al igual que similares identificaciones como precipitados de vínculos de objeto resignados” . (Pág. 84).

Así, tal como lo plantean Chiozza y colaboradores, (1996c [1995]) si las distintas identificaciones (primarias y secundarias) (..) “se integran armoniosamente , permiten el establecimiento de una identidad sólida en la que se amalgaman de un modo estable distintas cualidades.” (Pág.221). De modo que podemos suponer que la dificultad para lograr esta integración redundará en distintas patologías entre las cuales se encontrarían las adicciones.

Antes habíamos hablado de dos fenómenos comportamentales que Lorenz consideraba como amenazas hacia la cultura. Del primero hablamos en el apartado concerniente al consumo. Respecto del segundo, -la dificultad para transmitir el conocimiento de las tradiciones-, el autor plantea que el proceso de identificación se ve severamente entorpecido por la falta de contacto entre las generaciones, es decir entre padres e hijos. Así, dice es “la falta de una identificación normal la que causa la alarmante ruptura del mecanismo cuya importante función de supervivencia consiste en tamizar, además de transmitir, la tradición cultural de una generación a otra” (Pág. 88). Sostiene que una forma en la que se manifiesta la rivalidad entre generaciones es a través del odio que se hace notorio tanto desde las generaciones más jóvenes hacia los más viejos como a la inversa. En ambos se manifiesta, en principio, un rechazo mutuo, ya sea como desprecio por las viejas tradiciones o por las modernas costumbres y esta hostilidad mutua, dice, puede alcanzar, mediante un proceso de escalada, niveles peligrosos.
De este modo parecería poder establecerse entonces una vinculación entre la falta de identificación, con las normas sociales de la cultura paterna con fenómenos patológicos.
Sería posible pensar a partir de lo planteado que la mayor propensión de los adolescentes a las adicciones pueda comprenderse a partir estas consideraciones ya que es durante este período en el que el adolescente, replantea los valores y las normas familiares en su camino de consolidación de sí mismo. Así como también atraviesa por fluctuaciones entre sensaciones de dependencia e independencia, a los fines de separarse de su núcleo familiar, endogámico y “dirigirse al mundo.”
Freud (1933ª[1932]) sostiene que “el mismo padre (la instancia parental) que dio al niño la vida y lo preservó de sus peligros le enseñó también lo que tenía permitido hacer y lo que debía omitir, le ordenó consentir determinadas limitaciones de sus deseos pulsionales, le hizo saber qué miramientos hacia padres y hermanos se esperaban de él si quería ser un miembro tolerado y bien visto del círculo familiar y, después, de unas asociaciones mayores. Mediante un sistema de premios de amor y de castigos, se educa al niño en el conocimiento de sus deberes sociales, se le enseña que su seguridad en la vida depende de que sus progenitores, y después los otros, lo amen y puedan creer en su amor hacía ellos.” Y continúa diciendo que “las prohibiciones y demandas de los padres perviven en su pecho como conciencia moral” (Pág. 151)
En este sentido adquiere particular relevancia el vínculo paterno por lo que éste implica en relación a las normas, la ley y la moral.
Podemos suponer entonces que el sujeto, en el intento de alcanzar el ideal de identidad anhelado, de ser quien desea y en su renuencia a ser quien puede ser, vive su impotencia (insuficiencia hepática) como consecuencia de una exigencia que “reclama” el ideal del yo (figurados en los padres o sus representantes) como si fuera una dificultad “externa”. Así, siente que no es él el que no puede, sino los padres o la sociedad, con sus normas y sus reglas, los que no lo dejan ser. De este modo, proyecta en los demás el motivo de su fracaso acusándolos de su impotencia.

En su imposibilidad de hace el duelo por el “yo” posible, ya que lo vive como un sometimiento a las normas, buscaría a través del objeto de adicción un camino lateral, mágico, a través del cual “funcionaría” regresivamente, como el self del niño y el primitivo , intentando llegar a ser lo que desea ser sin tener que duelar ni someterse a las normas que lo hacen sentirse impotente y frustrado. De este modo, por ejemplo, con la cocaína, “tendrá” la potencia para hacer (Casali y Nagy, 1997) y con la marihuana, el tiempo para crecer y desarrollarse (Obstfeld y Obstfeld, 2007, 2008).

Así, este intento de configurar “normas propias” que lo salven de la frustración, (situación que podría tener un aspecto positivo si no fuera porque nacen de la defensa paranoica frente al sentimiento de castración e impotencia y no de una verdadera “revolución normativa” producto de una elaboración lograda y de una identidad consolidada) “haciendo la suya”, sus propias leyes, lo “convierte” en aquello con lo que muchas veces se identifica el adicto como un ser “antisocial” en quien la droga le proporciona la ilusión que ha llegado a ser, al menos momentáneamente, quien desea.

Es posible pensar, además, que el deseo de alcanzar sus anhelos de un modo maníaco, pasando por encima de las normas y las leyes, así como contiene sentimientos de odio y rivalidad, conlleve inevitablemente sentimientos de culpa frente a fantasías de un triunfo maniaco, que en nivel edípico las podemos comprender como unas fantasías parricidas de las que espera, inevitablemente, un castigo.

Tal como plantea Chiozza, (2005ª) “la cuestión de poder o no poder, (...) determinará, a la postre, aquella entre el ser y el no ser. Podemos o no podemos (…) . Cuando, atenazados entre la culpa y la impotencia, nuestros ideales, convertidos en demonios, nos duelen, nos empecinamos en no resignarnos a perder su amor; y a veces, en el espejismo de los caminos fáciles, cometemos el error de confundirlos con corderos benévolos que mantienen cierto trato con lo angelical”. (Pág. 225)
Por lo tanto, al no poder alcanzar el ideal de identidad, la intolerancia de la desilusión lo conduce como planteamos, a la necesidad de buscar en la droga una fantasía ilusoria, ya que cada vez tolera menos ser quien puede ser, ni poder lo que puede, ni aceptar la equivocación ya cada vez se encuentra mas lejos del punto de bifurcación en el cual el desvío tal vez no hubiera costado tanto. La droga le “permite” entonces, mágicamente, prolongar el período de enfrentamiento con esta realidad que le resulta insoportable ya que al menos por un rato tiene la ilusión de completitud que anhela.
Pero, en la medida que la “magia” no da sus anhelados frutos, necesita reforzarse en ese mismo mecanismo acostumbrándose cada vez más al efecto de “esa dosis” tanto para mantener la ilusión como para negar la culpa que esa ilusión le produce, deteriorándose paulatinamente cada vez más. De este modo, el uso se transforma en hábito y el hábito en costumbre hundiéndose en un vínculo patológico con la “sustancia” que le promete alcanzar lo que desea. Ese canto de sirenas que, como lo plantea G. Chiozza y colaboradores (1993), implica el sometimiento a un superyo tanático que lo mantiene adosado, pegado, dependiente y débil, en un vínculo del que no se puede librar porque se le ha hecho carne (al modo de una simbiosis) y con el que queda cada vez más castrado, más impotente y más ensoñado.



SÍNTESIS

1- Las características que parecerían definir a una adicción son la compulsión, la pérdida de control respecto del consumo de un “objeto”, la dependencia que se adquiere respecto de él y el consecuente perjuicio que esto acarrea.
2- Si bien la adicción parecería ser un concepto extenso, que ser puede aplicar a múltiples manifestaciones, la forma típica de la adicción parecería comprometer en particular el vínculo con una “sustancia” que genera un cambio en el estado de ánimo como resultado del contacto con ella. Sería posible pensar entonces que puedan tomarse a los psicotrópicos como la figura o el molde a partir del cual las otras “adicciones” toman su modelo.
3- A partir de algunas consideraciones que plantean un tipo de consumo patológico en ciertas manifestaciones de la sociedad de consumo y de ideas de Lorenz quien plantea que el apremio a la satisfacción instantánea, la incapacidad para soportar cualquier clase de dolor y la poca disposición a moverse son manifestaciones de una alteración en el mecanismo que asegura lo que Freud llamó ‘economía equilibrada del placer y el displacer, pensamos que el impulso de buscar soluciones rápidas a los problemas y alivio para el do¬lor y la ansiedad es un aspecto de una conducta maniaca e ilusoria que contiene, en cierto modo, el germen de lo que sería posible observar en las adicciones, una situación que encubre el sufrimiento de un sujeto ante una situación melancólica caracterizada por un sentimiento de vacío que no logra llenar.

5- Para Chiozza habría una unidad de significación entre el aburrimiento y ciertas formas menores de toxicomanías como el alcohol, el café y la adicción a algunos medicamentos y a las drogas. De modo tal que la adicción entonces constituiría un intento defensivo frente a una situación básica caracterizada como aburrimiento. En este sentido, para Chiozza, la droga tendría un efecto doble, por un lado facilitaría la identificación con las estructuras yoicas fetales contenidas en el núcleo aletargado, es decir promueve un estado maníaco y también insensibiliza frente a la destrucción que comporta dicha identificación.
6- Casali y Nagy, a partir de esas ideas, plantean que las adicciones “comprometen un trasfondo hepático y un punto de fijación fetal que incluiría también a lo embrionario” y por lo tanto “la modalidad embrionario-fetal de ‘apegarse para recibir suministros’ puede actualizarse como una adaptación adecuada-formando lazos afectivos con personas o cosas, que solemos denominar apego, adhesión, arraigo etc. en vínculos normales que permiten un crecimiento o puede actualizarse con fines defensivos, como ocurre con el adherirse a algo a alguien ‘adictivamente’ , es decir ‘usándolo como droga’ para evadir un afecto penoso (aburrimiento, sentimiento de vacío, desolación, debilidad, insuficiencia, desesperación, depresión melancólica, etc.)” situación que, en caso de comprometer una conducta repetitiva, de modo regular de relación, se configuraría un “carácter adictivo”.
7- Tomando en cuenta el concepto de Portman de la doble interioridad, consideramos que entre un sujeto y la droga de consumo, se establecerá un tipo particular de vínculo que poseerá las características de las identidades particulares de los integrantes de esa “relación”. Si el contacto con la droga es esporádico, la transformación de la doble interioridad será, como plantea Chiozza, superficial y reversible, pero si el hombre se ‘acostumbra’ a la droga, ha de permanecerle fiel y desarrolla una adicción, que implica la transformación de la doble interioridad, una transformación en las que las condiciones del dicho acostumbramiento esté dado por la habitualidad que se va “haciendo carne” con el tiempo.

7- Chiozza considera que los rasgos más rígidos del carecter producen vínculos de adhesión y que dichos rasgos proviene de hábitos que defienden al yo de la integración de aspectos no nacidos. Pensamos que dichos aspectos corresponderían con aquellas partes del yo que no han logrado ser materializadas y permanecen disociadas constituyendo el ideal del yo. Dicho ideal, en calidad de superyo, funciona como una instancia con la que el yo se compara y a la que aspira alcanzar, una instancia que se establece como decantación (entre otras) de la instancia parental.
8- A partir de la idea de Freud que el carácter es producto de la incorporación de la instancia parental, en calidad de superyo y de las identificaciones con ambos progenitores de la época posterior, suponemos que la dificultad para lograr una integración en las distintas identificaciones redundará en distintas patologías entre las cuales se encontrarían las adicciones.
9- Intentamos entonces establecer una vinculación entre la falta de identificación, con las normas sociales de la cultura paterna con fenómenos patológicos, situación que nos permitió comprender la mayor propensión de los adolescentes a las adicciones, debido a que durante este período se replantea los valores y las normas familiares en su camino de consolidación de sí mismo.
10- Pensamos que el sujeto, en el intento de alcanzar el ideal de identidad anhelado, y en su renuencia a ser quien puede ser, podría vivir su impotencia como consecuencia de una exigencia externa a sí, figurado en los padres y por lo tanto en los límites de las normas sociales y morales. Pensamos que en esta situación podría buscar en el objeto de adicción un camino lateral, mágico, intentando llegar a ser lo que desea ser sin tener que duelar ni someterse a las normas que lo hacen sentirse impotente y frustrado.
11- Sería posible pensar además que el deseo de alcanzar sus anhelos de un modo maníaco, pasando por encima de las normas y las leyes, en la medida que está sustentado en sentimientos de odio y rivalidad, conlleve inevitablemente sentimientos de culpa frente a fantasías de un triunfo maniaco que, en nivel edípico las podemos comprender como unas fantasías parricidas, de las que espera, inevitablemente, un castigo.
12- Finalmente comprendimos que la tolerancia a la droga podría ser vista como el producto un acostumbramiento, por un deterioro progresivo, en el cual llega a tener que creer cada vez más en una magia que funciona cada vez menos. De este modo queda cada vez más castrado, más impotente y más ensoñado.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES EN TORNO DEL RESPETO Y EL MIEDO

Darío Obstfeld

ALGUNAS CONSIDERACIONES EN TORNO DEL RESPETO Y EL MIEDO



Respeto- trato y encuadre

El diccionario define al respeto como la actitud que guarda las consideraciones debidas a las personas o a las cosas. Implica, además, una actitud de acatamiento a lo establecido por la ley. Por otro lado, está relacionado con algunas formas de tolerancia al otro al no imponer con violencia los propios gustos y opiniones. En su segunda acepción la vincula con el término “miedo”. (DRAE; M. Moliner, 1986)

El respeto forma parte del trato con el que un sujeto se dirige a otro y frente a quién se mantiene una conducta de consideración. Ésta implica, entre otras cosas, la valoración por la persona del otro. Dicha valoración es importancia, que corresponde, en términos metapsicológicos, a la investidura de una representación (Chiozza, 1983f). El respeto sería entonces producto de haber investido a un objeto, a partir de cualidades valiosas de éste y supone un trato de adecuación con aquello con lo que se trata. Dicha adecuación se traducirá en el encuadre en el que el vínculo se establece.

Si por algún motivo, entonces, uno de los términos de ese trato vincular no mantuviera el encuadre preestablecido, surgirían posiblemente alteraciones en las que uno o ambos integrantes del vínculo podrían sentir una forma de maltrato que se podría expresar, por ejemplo, como falta de respeto. Por lo tanto, si bien como dice Ortega y Gasset (1910) “la falta de respeto es, al cabo, una forma de trato” (Pág.473), el respeto por el encuadre, que es la forma en la que se enmarca una relación, parecería constituir una primera forma del buen trato sustentada en el respeto por las formas.

Chiozza (2005) sostiene, “Cada relación humana se juega en su particular encuadre, y cuando intentamos quebrar esas reglas, es porque revivimos dificultades que nos invitan a “patear el tablero”. Una parte importante de ese tablero la constituyen las costumbres y los buenos modales que configuran preceptos, normas que a veces llamamos sociales y otras veces morales.” (Pág. 277)

Kant (1785, 1788, citado por Pragana, 1982) considera que “el respeto es el sentimiento moral por excelencia. Afirma que lo que nosotros reconocemos inmediatamente como una ley, lo reconocemos con respeto, y que este respeto significa solamente la coincidencia de la subordinación de nuestra voluntad a una ley, sin mediación de otros influjos en nuestro sentir. Por lo tanto considera al respeto como efecto de una ley sobre el sujeto. Efecto que denomina positivo ya que habría uno negativo, la humillación, que resultaría del menoscabo que sufre el amor a sí mismo al enfrentarse con la ley. Entre ambos – humillación y respeto- se constituiría el sentimiento moral”. (Pág. 91). Pragana (1982) destaca además que para Kant, el objeto de respeto es sólo la ley, aunque por extensión las personas también lo son, en la medida en que encarnan ejemplos de cumplimiento de la ley.

En esta última apreciación el respeto parecería transitar en una sola dirección, desde el sujeto hacia la ley o desde “abajo” hacia “arriba” .

Freud, (1912-13), citando a Frazer, plantea el modo de vínculo entre el Tótem y la tribu, y dice: “Un tótem (...) es un objeto hacia el cual el salvaje da pruebas de un supersticioso respeto porque cree que entre su propia persona y todas las cosas de esa especie existe un particularísimo vínculo. (...) La conexión entre un hombre y su tótem es recíproca; el tótem protege al hombre, y este da muestras de respeto al tótem” (pág. 106); pero, en el planteo de Freud, no sólo aparece el ejercicio del respeto de “abajo” hacia “arriba”, sino que también el tótem mantiene, un trato de respeto hacia el hombre. En este sentido dice: “Si el tótem es un animal temido y peligroso, se supone que respeta a los miembros de linaje que lleva su nombre” (Freud, 1912-13, pág.104)

Freud (1912-13) plantea además que a partir del respeto por los dos tabúes del totemismo (parricidio e incesto) comenzó la eticidad de los hombres. “Dadme una raza respetuosa”, dice Ortega y Gasset, (1908) “y os prometo una cultura floreciente” (Pág. 437)

Por lo tanto, en distintos niveles y formas de manifestaciones el respeto parecería implicar a ambos integrantes del vínculo. Es, en ese sentido, una actitud bidireccional aunque con diferencias particulares propias de cada uno y de cada rol dentro del vínculo, y tanto puede quebrarse en un sentido como en el otro.

Por lo tanto el respeto implica, en el acto de valoración, los límites y diferencias entre los integrantes de un vínculo . Cuando esta diferencia es tolerable el respeto se manifiesta en un auténtico buen trato. Pero si esta diferencia no pudiera tolerarse debido a que despierta en alguno de los integrantes del vínculo, una vivencia de poca valoración por sí mismo, al valorar al otro, sería posible pensar que, defensivamente, el sujeto podría recurrir a incrementar las bondades del objeto hasta hacerlo inalcanzable y evitar de este modo sentimientos de rivalidad y envidia que se despiertan por la diferencia entre ambos o, por el contrario, a denigrarlo y mancillarlo intentando evitar el sentimiento de menoscabo frente a él. En ese sentido la falta de respeto que se manifestaría por ejemplo en la denigración, la caricatura o la burla (entre otros) ocultarían la intolerancia frente a la propia dificultad para sentirse valioso.

Es posible pensar además que otras actitudes entre las que se encontrarían, por ejemplo, la humildad y la modestia, sean piezas fundamentales del respeto ya que a partir de ellas sería posible el reconocimiento de la diferencia entre ambos sujetos. Por oposición, la arrogancia, la altanería, la insolencia, etc. parecerían aludir a actitudes sustentadas en la carencia del respeto necesario en un vínculo saludable.

En síntesis el respeto parecería corresponder a una actitud que establece una cualidad de la forma de trato que posee las características de consideración, tolerancia, humildad y sumisión. Entraña el cumplimiento con las normas y órdenes morales y sociales que implica un reconocimiento del valor y la diferencia con aquello que se respeta.


Respeto y miedo

Como citamos anteriormente, una acepción que tiene la palabra “respeto” es “miedo” . A partir de lo anteriormente planteado, sería posible pensar que esta acepción forme parte de un malentendido.

Si el respeto es valoración, investidura libidinal, estaría sustentado entonces en el amor al objeto. Por su parte, el miedo, no parecería estar sustentado en el amor al objeto sino por el contrario, por el amor propio, ya que conduciría a tomar actitudes de obediencia sólo por temor a las represalias. En este mismo sentido Freud, en “Introducción del narcisismo” (1914c), plantea que el niño abandona el complejo de Edipo por temor a la castración, ya que prefiere conservar su “integridad” a mantener sus aspiraciones. El miedo entonces, sustentado en la amenaza de castración, podía conducir a mantener un vínculo con características que si bien no son de auténtico respeto, se le asemejan y podrían confundirse.

A partir de lo dicho sería posible pensar que cuando un sujeto siente que no obtiene el respeto (y la valoración) que siente que merece, podría intentar, fallidamente, alcanzarlo a través de infligir temor en el otro, con el que intenta alcanzar manifestaciones que se asemejarían a las que corresponden al respeto. Trueca así la sumisión y la obediencia basados en la valoración y el amor, por el sometimiento, (y la obediencia del miedo) basado en el amor propio (del otro por sí mismo, por temor a la castración) y mantiene oculto los motivos “reales” por los cuales no ha conseguido el respeto del otro; pero a partir de ser obedecido conserva la fantasía ilusoria de ser respetado. De este modo la dificultad para alcanzar la valoración se transforma en imposición.

Posiblemente esta forma fallida del respeto tendría como transfondo la sensación de que el auténtico respeto se siente inmerecido. En ese sentido el sujeto, ávido de respeto, se encuentra atrapado en un callejón sin salida. Si consigue alguien que lo valore y respete siente que lo ha engañado; Si no consigue que lo respeten, el “amago de conciencia” de los motivos del fracaso (o sea los motivos por los que no lo merece), no lo tolera, y prefiere recurrir a generar miedo en el otro provocando un sometimiento que se traduce en un trato “como si” lo respetaran, y no consigue alcanzar la valoración que anhela.

El miedo, entonces, en esta situación particular con la que se confunde con el término respeto, estaría sustentado en la debilidad del yo, mientras que tal como dice Ortega y Gasset (1964) el respeto es síntoma de robustez personal y además condición de ella.




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MESA REDONDA: Metas pulsionales.

20-6-08
Dario Obstfeld
MESA REDONDA: Metas pulsionales.
Fundación Luis Chiozza


El concepto de “Metas pulsionales”, tal como lo conocemos hoy en día, surge de un planteo que, sobre ideas de Freud y Weizsaecker principalmente, desarrolla Chiozza en su camino hacia la comprensión del sentido de los trastornos orgánicos. Para introducirnos en este concepto nos resulta inevitable referirnos, previamente, al problema de la relación cuerpo alma y a la epistemología que trasciende dicho problema.

El conocimiento científico actual en el que se basan las concepciones médicas consensuales se sustenta en la epistemología, nacida de la filosofía griega que considera a la materia como una realidad primaria. Lo psíquico, según esta concepción, surgiría a posteriori, a partir de la materia, bajo la forma de un sistema nervioso desarrollado y con determinadas capacidades y cualidades. Se establece de este modo, una relación privilegiada entre el sistema nervioso y el alma. En esta epistemología se sustenta el denominado materialismo, en la cual la materia es un hecho que se evidencia a partir de los órganos de los sentidos, y lo psíquico sólo puede ser inferido, secundariamente, a través de sus manifestaciones (Chiozza 1984d [1983];1986ª) , .

A través de este particular “mapa de la realidad” los fenómenos vitales hallan explicación de acuerdo a las leyes de la mecánica de los cuerpos inorgánicos. Constituye así, una doctrina mecanicista para la cual el pensamiento causalista, encuentra resguardo. La enfermedad, entonces, es concebida como un trastorno de la materia o la descompostura de un mecanismo ante lo que es necesario encontrar una causa que dé cuenta del fenómeno. Esta concepción admite la posibilidad de que lo psíquico influya sobre el cuerpo, pero considera a lo psíquico como una fuerza más, como una eventualidad, que puede descomponer el mecanismo orgánico (Chiozza, 1986a).

En el siglo XVII Descates postuló la existencia de dos realidades independientes e irreductibles, la res extensa, adscrita a la materia y la res cogitans, adscrita al pensamiento o el alma. En el pensamiento de Descartes el existente material y el existente anímico eran dos realidades ontológicas distintas que existen más allá de nuestra conciencia.

En 1976 Chiozza postula el concepto, contenido ya en 1963, en Psicoanálisis de los Trastornos Hepáticos , de la doble organización del conocimiento en la conciencia. Este concepto retoma un modelo que había sido planteado por Kant, para quien tiempo y espacio son conceptos propios de nuestro aparato de conocer y no cualidades del mundo, y, al decir de Gustavo Chiozza,(1999) “permuta el dualismo en el ser por el dualismo en el conocer; supone un único existente, en sí mismo incognoscible, del cual la conciencia establece registros paralelos: uno a través de la percepción, el otro a través de la comprensión del significado.

De este modo, el conocimiento del hombre se establece, por un lado, a partir de las representaciones de los órganos y sus funciones, que constituyen un grupo de representaciones que denominamos “cuerpo” y que ocupa un lugar en el espacio, y por el otro por las representaciones de los deseos, impulsos, ideas y afectos que constituyen aquello que denominamos “psiquis” y del que comprendemos su sentido.

Siguiendo esta epistemología, un mismo fenómeno se manifestará como “somático” cuando nuestra conciencia registre una alteración en la materia y como fenómeno psíquico cuando el observador obtiene una respuesta con respecto al sentido o significado de ese fenómeno. Esto no implica que un fenómeno psíquico “se convierte” en físico ni viceversa, sino que la existencia misma del fenómeno somático puede ser comprendida en su sentido y la existencia del fenómeno psíquico puede ser contemplada en su aspecto somático. Así, un fenómeno que a nuestra conciencia aparece como físico, en la medida que comprendemos su sentido, su significado, se nos hace psicológicamente comprensible.

A partir de la investigación de las acepciones de la palabra “sentido” Chiozza (1995v) plantea que, en tanto parti¬cipio pasado del verbo sentir, la palabra “sentido” remite a sentimiento, afecto, importancia; si lo entendemos como propósito, tendencia hacia una meta o finalidad, “sentido” es la direc¬ción en que algo se encamina; y “sentido” es, además, el significado.

Al decir de Ortega y Gasset (1914) “el ‘sentido’ de una cosa es la forma suprema de su coexistencia con los demás, es su dimensión de profundidad” y continúa “no me basta con tener la materialidad de una cosa, necesito, además, conocer el ‘sentido’ que tiene, es decir, la sombra mística que sobre ella vierte el resto del universo” (Pág. 351)

El sentido es entonces la meta de la pulsión, el para qué, la finalidad, el “telos” y comprender el sentido de un acto, pensamiento, representación, palabra, gesto, fun¬ción, síntoma o trastorno, implicará entonces hacer conciente su significado, su im¬portancia, su propósito. Dicho en términos de Freud, comprendemos el sentido de algo cuando lo podemos incluir en el encadenamiento de una serie encaminada a una meta (serie psíquica). Incluido en la serie, el elemento cobra sentido en función de su relación con los eslabones precedentes y consecuentes. Si tal inclusión no se puede lograr, nuestra conciencia lo registrará como un sinsentido (Chiozza, 1995v) . De modo que, en la medida que un acto incoherente, que desde nuestra conciencia catalogamos como errado en su finalidad, pueda incluirse de¬ntro de una serie que restituya el propósito inconciente, se nos presentará como un acto pleno de sentido y desaparecerá, entonces, la atribución de su ca¬rácter de absurdo.

Este es el sentido de lo que Freud planteó en la segunda hipótesis fundamental del psicoanálisis. Allí declara que los “procesos concomitantes presuntamente somáticos son lo psíquico genuino, y para hacerlo prescinde al comienzo de la cualidad de la conciencia” (Freud, 1940a [1938], pág. 155-156, citado por Chiozza 1995v). Este postulado da cuenta justamente de la necesidad no sólo de “incluir” “lo somático” sino además, de la imposibilidad de comprender dicha serie psíquica ignorando el sentido de aquello que se manifiesta como “somático”.

Esta es la misma dirección que ya había sido recorrida Freud a fines del siglo XIX en su camino hacia la comprensión del sentido de los síntomas histéricos. Ese camino le permitió desarrollar el concepto de zona erógena como zonas corporales, capaces de ser objeto de excitación sexual. Posteriormente sostuvo que no sólo eran objeto de excitación sino que además dichas zonas era fuente de la pulsión. En un principio dicha erogeneridad suponía una excitación que acontecía en regiones del cuerpo cuyo revestimiento cutáneo mucoso podían ser susceptibles de ser asiento de una excitación de tipo sexual. La boca, el ano y el pene adquirieron así la jerarquía de zonas erógenas de las que partían deseos orales, anales y fálicos respectivamente.

Años más tarde de esa primera idea, Freud planteó otras observaciones: a) que pueden funcionar como zonas erógenas todas y cada uno de los órganos, b) que todo proceso algo importante aporta algún componente a la excitación general del instinto sexual. (Freud, 1924c, cit. por Chiozza (1976b [1971]) . y c) que del examen de los fines del instinto pueden ser deducidas las diversas fuentes orgánicas que le han dado origen (Freud (1915c), cit. por Chiozza (1976b [1971]).

La primera de estas postulaciones extiende entonces las zonas erógenas a todo el resto del cuerpo y ya no se limitan a aquellas zonas de revestimiento cutáneo mucoso sino también a los órganos internos.

El segundo postulado intenta dar cuenta de la importancia de todos y cada uno de los procesos corporales del funcionamiento total del individuo en el sentido que no sería posible concebir un proceso que no tenga un sentido determinado y específico en concierto total del funcionamiento orgánico de un sujeto. De este modo el “cuerpo” se concibe como un conjunto organizado de fuentes pulsionales con características y funciones diferentes. Este cambio en el concepto de zona erógena implica entonces que el sentido de aquello que llamamos “cuerpo” pertenece al terreno de lo inconciente y por lo tanto para estudiar aquello que llamamos “psíquico” podemos valernos de él.

La tercera postulación está relacionada con la variabilidad de la meta pulsional. Así a partir de comprender el sentido de una determinada pulsión, se podría deducir el órgano que le ha dado origen. De este modo, fantasías de retención y expulsión, por ejemplo están relacionadas con la zona erógena anal y fantasías de abastecimiento energético con el tejido adiposo. Esto implica que si bien se podría decir que de las fuentes orgánicas “emana” la pulsión, y esto explicaría el funcionamiento psíquico, también se podría explicar la fuente orgánica a partir de conocer el sentido “psíquico” que posee. Entonces una boca, por ejemplo, podría explicarse tanto por su anatomía y fisiología como por su sentido, y así hacer extensivo el término “boca” a cualquier situación que cumpla con idénticas funciones. Siguiendo el ejemplo, la fantasía “oral” trasciende a la boca pero el órgano boca sería el más representativo para encarnar dicha fantasía.

Sabemos que la meta de cada pulsión es cancelar la tensión displacen¬tera producida por una carencia específica en su fuente de origen. Para restablecer el equilibrio perdido, cada pulsión pulsa o empuja hacia el en¬cuentro de un particular objeto con el cual se pueda realizar una acción para satisfacer una necesidad que será específica y particular según cual sea la pulsión que, valga la redundancia, pulsa. La identidad de cada pulsión está determinada entonces por la relación específica que mantiene con su fuente, su meta y su objeto.

Las metas pulsionales son, entonces, cualitativamente diferentes, no será lo mismo una pulsión oral que una pulsión fálica o anal o, para no recaer en las zonas erógenas “clásicas”, una pulsión hepática que una intestinal o renal. La meta pulsional implica entonces la cualidad del deseo, la cualidad de la fantasía que es propia y particular, o sea específica, de cada uno de los órganos y funciones corporales y corresponde, por lo tanto, la fantasía inconciente específica de las distintas fuentes orgánicas. Es así que Chiozza dice, “la bús¬queda de un contenido específico que trascienda los límites de las fantasías clásicas implica la utilización explícita o implícita del concepto de fantasías específicas” (Chiozza, 1976b [1971], pág. 103).

Con este esquema también se comprende que la meta de la pulsión y la finalidad de la función fisiológica correspondan a dos modos del ingresar a la conciencia un mismo existente. Por lo tanto lo que desde nuestro “ángulo físico” vemos como una forma, una función fisiológica o un trastorno corporal, desde nuestro “ángulo psíquico” veremos como la meta de una pulsión que se manifiesta a través de un modo exclusivo, como el ejercicio de una particular fantasía específica.

En ese sentido Chiozza escribe “Si creemos […] que es posible descubrir un contenido psicológico específico, nos encontramos con que el esquema formado por las fantasías clásicas resulta insuficiente, a todas luces, tanto en la teoría como en el ejercicio de la investigación, para interpretar adecuadamente los fenómenos y su especificidad. Debemos admitir, al mismo tiempo, que la bús¬queda de un contenido específico que trascienda los límites de las fantasías clásicas implica la utilización explícita o implícita del concepto de fantasías específicas” (Chiozza, 1976b [1971], pág. 103). Y considera que “el conjunto de todo aquello que llamamos cuerpo (involucrando forma, función, desarrollo y trastorno) es una fantasía, en su mayor parte inconciente, compuesta, o mejor aún estructurada, por numerosas apa¬riencias 'parciales' o fantasías específicas 'elementales' que sólo pueden ser separa¬das artificialmente del todo” (Chiozza, 1970j [1968], pág.58) .

Otro concepto que desarrolla Chiozza y que completa a los anteriores es el de Lenguaje de órgano; concepto que toma de Freud para quien la idea de un lenguaje de órgano contribuía a la comprensión de la conversión simbolizante. En el Historia de Isabel de R. Freud plantea que la histeria “restablece para sus inervaciones mas intensas el sentido originario de la palabra” y que, además, la sensación somática y la expresión lingüística se alimentan de una fuente común inconciente.

En ese sentido, dice Chiozza, el lenguaje de órgano no se refiere a la mención que hace el sujeto del órgano afectado, sino a un tipo particular de lenguaje, no verbal, a través del cual el órgano se expresa como una alteración somática o una sensación somática.

En "El interés por el psicoanálisis" Freud (Freud (1913) citado por Chiozza (1991d [1989]) sostiene que "... lo inconciente habla más de un dialecto" , retomando así una vez más la idea de un lenguaje que, utilizando los recursos de la figuración que es posible observar en los sueños (1900), expresa un significado por diferentes medios.

Chiozza plantea que a partir de la idea de que el síntoma corporal "participa de la conversación", Weizsaecker (1956) construirá su concepto de dialecto de órgano. Plantea que cada órgano participa "hablando" en el "conjunto de voces". El órgano, dice, no puede tener mayor riqueza de vocabulario que la que su estructura y su función condicionan. Cada uno de ellos tiene su "dialecto", su código lingüístico particular y específico, (..) que determinan su propia manera de hablar. (Chiozza, (1991d [1989]))

En el intento de comprender dicho lenguaje de órgano Chiozza traza un modelo de investigación de las distintas fantasías específicas. Recurre para tal fin, del material proveniente de aquellas fuentes que el mismo Freud recurre para la investigación de los símbolos universales. De este modo por un lado, las expresiones idiomáticas, los mitos, las fábulas, la etimología, y por otro el material aportado por la clínica, la fisiología y la patología, etc., intenta brindar distintas representaciones que sustenten un significado, un sentido coherente con otro punto de apoyo de la investigación que surge de la aplicación del método psicoanalítico, cuyo principal eje gira, según Gustavo Chiozza (2007) , alrededor de la contratransferencia.

Cuando por medio de la interpretación podemos comprender el sentido de los datos provenientes de las distintas fuentes del conocimiento, nos encontramos con una escena, una fantasía, en el cual las sensaciones corporales, los usos del lenguaje, los afectos y los mitos, convergen en un acto que se nos presenta como pleno de sentido.

Basándose en todo este planteo que desarrolla Chiozza a lo largo de su obra, el estudio de las fantasías específicas brindó además la posibilidad de comprender y describir fantasías generales (como la exudativa, excretoria, ampollar, valvular, litiásica, de reserva, de reserva energé¬tica), fantasías específicas de órganos o funciones normales (hepática, lagrimal, renal, de las vías urina¬rias, tiroidea, respiratoria, cardíaca, arterial, cerebrovascular, venosa, insulínica, inmunitarias, ósea, articular, dentaria, prostá¬tica, del tejido conjuntivo, de la piel, del tejido adiposo y sanguíneo) y fanta¬sías específicas de trastornos (trastornos hepáticos, trastornos renales, litiasis urinaria, hiperpla¬sia de prós¬tata, hiper e hipotiroidismo, cáncer, trastornos respiratorios, asma, infarto, hipertensión arterial, ACV, cefaleas, várices, diabetes, obesidad, esclerosis, hemorroides, fractura ósea, osteoporosis, hiperos¬tosis, periodontitis, caries, tras¬tornos autoinmunes, SIDA, leucemia, melanoma, psoriasis, her¬pes ocular, esclerosis en placas, gripe, micosis, anemia).

Es de destacar además que el estudio de enfermedades, como la micosis y la gripe, permitió comprender estados macroafectivos, como el sentimiento de descompostura y de desolación, que trascienden el campo de investigación de la fantasía específica de un órgano o función y amplían el campo de comprensión del psicoanálisis.



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